Donostia y el Club del No
En 1912, año de la inauguración del Teatro Victoria Eugenia, un grupo de donostiarras manifestó su rotunda oposición al proyecto. Tres eran sus argumentos principales: que iba a exigir la tala de árboles; que era superfluo para la ciudad, por cuanto ya existía el Teatro Principal; y que el proyecto era especulativo e iba a acabar en manos privadas. ¿Les suena?
Salto en el tiempo: renovación del Estadio de Anoeta, nueva pasante del Topo, Tren de Alta Velocidad, Hondalea, nuevo edificio del Basque Culinary Center en Gros, desarrollos urbanísticos en Añorga, Jolastokieta ( Herrera ), Igara, Illarra, Riberas de Loiola, Viveros de Ulía; ampliación del Parque Tecnológico de Miramón, Cerro de San Bartolomé…
Todos los proyectos citados, y varios más, han sufrido la oposición, más o menos activa, pero siempre constante y decidida, de diferentes personas, grupos, partidos y organizaciones de la ciudad.
Desde hace un tiempo, Donostia se presenta como una ciudad sometida a dos fuerzas antagónicas: aquella que protagonizan los y las ciudadanas, empresas, organizaciones y sociedad civil que, sin renunciar a ser críticos, buscan su progreso y avance; y aquella otra energía sensu contrario, que promueve la oposición sistemática a cualquier nueva iniciativa y que, inevitablemente, nos conduce a la parálisis.
Esta tendencia “anti” se ha acentuado en la etapa post pandemia y tiene, a mi entender, dos vectores diferenciados pero que se unen en un denominador común.
Por un lado, en el caldo de cultivo de un malestar social difuso, pero real, grupos y organizaciones de muy diverso origen y motivación han encontrado el humus adecuado para dar forma y capitalizar ese malestar. El candidato de EH Bildu a la alcaldía lo dejaba bien claro en las semanas previas a las elecciones: su objetivo era ser cauce para canalizar ese descontento social. Un malestar que, en mi opinión, puede tener razones objetivas en algunos casos, pero que en otros ha sido inteligente y sibilinamente azuzado desde diversos frentes disfrazados de “organizaciones sociales”.
Quienes se erigen en “defensores de Donostia” buscan proyectar que el resto no lo hace. Aún más: tratan de extender la sensación de que hay que defender a Donostia de quienes están en las instituciones -sean estas municipales, forales o autonómicas-, obviando que es la ciudadanía quien con su voto ha elegido a sus representantes. Es, por tanto, una deslegitimación por la puerta de atrás del resultado electoral.
Estamos ante una estrategia de doble cara. Ahora el juego pasa por participar en las instituciones, asumir formalmente sus mayorías, mientras que el trabajo de agitación social se subcontrata a otros actores, siempre aguerridos y ruidosos.
En la ciudad tenemos, además, un grupo de fans de lo retro (retro-fans o nostalgistas, diría yo) que llevan años, por no decir décadas, oponiéndose a todo. Se han autocoronado de forma napoleónica en portavoces de la comunidad y la política pura. Sin que nadie les haya encomendado dicha misión, ni, por su puesto, someterse a las elecciones, se presentan como adalides de una supuesta “voluntad popular”.
Esta comunidad de fines integrada por quienes tienen una estrategia política, y quienes como única estrategia siguen los dictados de su inconmensurable ego, conforman, si me permiten la licencia, El Club del No. No a esto, no a lo otro, no a aquello…. Hacer oposición es lícito y hasta necesario, pero hacerlo disfrazado de lo que no se es, bloqueando iniciativas que sólo perjudican a la ciudadanía donostiarra, es así mismo criticable.
Se denuncia la falta de oportunidades y de oferta de vivienda en la ciudad para, a renglón seguido, torpedear todos y cada uno de los desarrollos que se quieren impulsar. El último ejemplo lo hemos tenido esta misma semana, con la interposición de sendos recursos contra la promoción de 500 viviendas, con un porcentaje de protección púlica del 45%, en Igara e Illarra. Cerca de 6.300 familias han mostrado interés en las dos promociones. Pues bien, a eso se ha opuesto una de esas asociaciones que dice defender Donostia. Curiosa forma de defender a su ciudadanía, paralizando las opciones de acceso a la vivienda.
No se trata de negar que en nuestra ciudad no existen problemas. Los tenemos, como cualquier grupo o comunidad, como todo pueblo o ciudad. En nuestro caso, algunos me quitan especialmente el sueño: la frustración que genera la dificultad de actuar sobre el parque inmobiliario o el precio de la vivienda, es uno de ellos.
Pero eso no es óbice para que no pongamos en valor la fuerza, la audacia y la ambición de nuestra Donostia, que atrae proyectos punteros a nivel mundial, que es la envidia de muchas ciudades próximas y lejanas por su dinamismo y capacidad de atracción.
Una cosa es que seamos críticos, y otra muy distinta, que nos instalemos en la queja permanente, disfrazando una visión individualista (qué hay de lo mío), profundamente conservadora, y mostrando una carencia absoluta del espíritu de comunidad que al menos a mí me han transmitido desde pequeño. Frente al Club del No, el Ayuntamiento siempre apostará por el sí. Sí al avance, al progreso y al futuro de Donostia. Sí al optimismo.