2024: año Chillida
El 10 de enero de 2024 se cumplen 100 años del nacimiento de Eduardo Chillida Juantegui en Donostia / San Sebastián.
Habrá muy pocas personas en la historia de nuestra ciudad que hayan dejado en la misma la huella que él nos dejó. Ha habido y hay muchos artistas, afortunadamente. Sin embargo, genios, muy pocos.
Es necesario transitar por un puente invisible para pasar de ser artista a ser genio. De ahí que sea muy difícil dar ese salto, porque si fuera fácil habría muchos genios alrededor. Pero genios, hay pocos en el mundo.
Eduardo Chillida surcó ese puente invisible que une las dos orillas de la creación: la que separa o une, según se mire, el lado de los artistas, del de los genios.
A este lado conviven muchas personas que tienen el don de crear obras artítiscas. Algunas son mediocres. Otras son buenas. Otras, muy buenas.
Al otro lado del puente invisible, en el lado de los genios, muy pocos son capaces de llegar. Quienes lo hacen, son capaces de dejar una marca indeleble en la historia de los pueblos, y de las personas. Su capacidad creativa florece con obras que pasan a otra dimensión.
Eduardo cruzó ese puente invisible. Y lo hizo, como buen donostiarra y guipuzcoano, poco a poco, en silencio, sin armar ruido.
Y para cuando se dieron cuenta, aquel muchacho espigado y con el pelo revuelto, ya estaba en el otro lado, junto a otros grandes del arte mundial.
Sin alardear, sin levantar la voz, ni provocar.
Creando, cincelando, golpe a golpe, las maravillas que brotaban de su genialidad.
Su trayectoria es la nuestra. Euskaldun, de aquí. Pero a su vez, de todas y todos, universal.
En mi itinerario geográfico y vital de Donostia se encuentra, cómo no, el Peine del Viento.
En ese lugar, Eduardo rozó lo sublime. Donde antes había rocas y mar, el creó un lugar en el alma de cada una de las personas que se encuentran allí. Logró penetrar a nuestro interior, y fijarlo para siempre.
Si hay algo que admiro de Eduardo, más que su estética y las formas que daba a los materiales, son los espacios.
Supo ver que la escultura tenía una nueva dimensión en el vacío. Allí donde otros veían algo accesorio y circunstancial, él supo ver la esencia.
Dio forma y vida al vacío, al espacio. Le dio un sentido, lo hizo tangible, aprehendible, sonoro, físico y metafísico.
Creo que esa aportación está al alcance de muy pocos.
Hay un antes y un después en la historia de Donostia. Antes de Eduardo, y después de Eduardo.
Hace cien años nuestra ciudad no conocía ni se expresaba a través de las obras de Chillida. Hoy, no somos capaces de imaginarla sin ellas.